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Preámbulo

1. Somos seguidores de Jesucristo
que vivimos en este mundo—
un mundo al que algunos tratan de controlar
y al que otros desprecian—
y por eso decimos con alegría y firmeza:
¡Nuestro mundo es de Dios!

En el Salmo 24:1 (citado en 1 Co. 10:26); Job 41:11 y Deuteronomio 10:14 se encontrará que Dios es dueño de todas las cosas. Uno de los temas de la narrativa de la creación, que se encuentra en Génesis 1 y 2, nos dice que «nuestro mundo» también se le ha dado a los seres humanos para que lo cuidemos y protejamos.

2. Desde el principio,
durante las crisis habidas y por haber,
hasta que el reino venga en su totalidad,
Dios es siempre fiel a su pacto:
¡Nuestro mundo es de Dios!
Dios es Rey: ¡Regocíjese la tierra!
Cristo ha vencido: ¡su reino ha empezado!
El Espíritu se mueve: ¡renueva la creación!
¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!

Acerca de la fidelidad de Dios véase, entre muchos pasajes, los Salmos 89, 117, 145; Romanos 8:31-39 y Hebreos 10:23. Acerca de la victoria de Dios en Cristo y el reinado de Cristo, véase 1 Corintios 15:54-57, Filipenses 2:9-11 y Apocalipsis 1:13-18. Acerca de la obra del Espíritu en la renovación de la creación, véase Génesis 1 y Romanos 8.

3. Sin embargo, la desesperanza y la soberbia rebelde llenan la tierra:
algunos, aplastados por el fracaso
o quebrantados por el dolor,
abandonan la vida, la esperanza y a Dios;
otros, zarandeados por la vida,
pero aún con la esperanza de ver triunfar al hombre,
trabajan frenéticamente para lograr sus sueños.
Como creyentes en Dios,
también contendemos contra los espíritus de este siglo,
los resistimos con el poder del Espíritu
y los probamos con la fidedigna Palabra de Dios.

El Salmo 2 nos habla del espíritu contencioso de la raza humana. Acerca de la descripción de la lucha que el creyente sostiene contra los espíritus de este siglo, véase también Romanos 1-3, Efesios 6:10-17. Acerca de someter a prueba a los espíritus, véase 1 Juan 4.

4. Nuestro mundo, caído en pecado,
ha perdido su bondad original,
pero Dios no ha abandonado la obra de sus manos:
nuestro Creador preserva este mundo,
al enviar las estaciones, el sol, la lluvia,
sostener a todas sus criaturas,
renovar la tierra,
prometer un Salvador,
y dirigir todas las cosas hacia cada uno de sus propósitos.

Véase Génesis 3; 9:8-16; Salmo 104, especialmente el versículo 30; Mateo 5:45; y Hechos 14:17. Acerca de la promesa de un Salvador, véase Génesis 3:15; Isaías 7:14; 11:1-5; 42:1-7, 53, y Miqueas 5:2. Nuestro mundo es de Dios 7

5. Dios sostiene este mundo
con un intenso amor.
Fiel a su promesa,
envía a este mundo a Jesús,
derrama el Espíritu Santo
y anuncia las buenas nuevas:
los pecadores que se arrepientan y crean en Jesús
vivirán una nueva vida como parte de la familia de Dios,
las primicias de la nueva creación.

Acerca del intenso amor de Dios, véase Oseas 11, especialmente los versículos 10-11. Acerca de las afirmaciones del mensaje del evangelio, véase Juan 3:1-21, Hechos 2:36-39, Romanos 10:7-11 y Efesios 2:1-10. Acerca de las «primicias», véase Levítico 23:9-14 y Santiago 1:18.

6. Nos alegramos de la bondad de Dios,
renunciamos a las obras de las tinieblas
y nos entregamos a vivir en santidad.
Como partícipes del pacto,
liberados para obedecer con alegría,
ofrecemos nuestros corazones y nuestras vidas
para cumplir con la obra de Dios en este mundo.
Con impaciencia y a la vez con templanza,
ansiosos por ver el fin de la injusticia,
esperamos el Día del Señor.
Tenemos la plena seguridad
de que la luz
que brilla en esta oscuridad presente
llenará la tierra
cuando Cristo venga.
Ven, Señor Jesús.
Nuestro mundo te pertenece.

Entre los textos que se han citado en este párrafo, véase Mateo 5:17-20, 48; Juan 1:1-5, 9-13; 3:19-21; Romanos 12:1-2; Gálatas 5:1, 13-25; 1 Tesalonicenses 4:16-5:11; 2 Pedro 3; 1 Juan 2:7-11; y Apocalipsis 22:20.

La creación

7. Nuestro mundo es de Dios:
no nos pertenece a nosotros ni a poder terrenal alguno,
no es de los demonios, ni le pertenece al destino o a la suerte.
La tierra es del Señor.

Para referencias, véase el primer párrafo.

8. En el principio, Dios
—Padre, Hijo y Espíritu—
dijo que este mundo fuera hecho
a partir de la nada
y le dio forma y orden.

Véase Génesis 1, donde el Creador, la Palabra y el Espíritu imponen orden en la creación. Acerca del papel que juega la Palabra en la creación y de Jesús como la Palabra, véase Juan 1:1-14.

9. Dios formó el cielo, la tierra y el mar;
las estrellas, la luna y el sol,
hizo un mundo de color, belleza y variedad
—el hogar ideal para las plantas, los animales y nosotros—
un lugar para trabajar y jugar,
para rendirle culto a Él y admirarse de su creación,
para amar y reír.
Dios descansó
y nos dio descanso.
En el principio
todo era bueno.

Acerca de la creación, aparte de Génesis 1 y 2, véase el Salmo 19; 33:6-9 y 104.

10. Hemos sido hechos a imagen de Dios
para vivir en una amorosa comunión con nuestro Creador.
Hemos recibido el encargo de cuidar y mantener la tierra,
de cultivarla y disfrutar de ella,
y de amar a nuestro prójimo.
Dios usa nuestras habilidades
para el desarrollo y el bienestar de este mundo,
para que la creación y todo lo que habita en ella florezca.

Acerca de la imagen de Dios, véase Génesis 1:26-27; 9:6; Efesios 4:24; Colosenses 3:10; y Santiago 3:9. 

11. Juntos,
hombres y mujeres,
solteros y casados,
jóvenes y ancianos
—el género humano en todos sus matices y variedades—
hemos sido llamados a representar a Dios,
porque el Señor, nuestro Dios, nos creó.
La vida es el don que Dios nos dio,
y se nos ha llamado a fomentar
el bienestar de todos los vivientes,
a proteger del peligro
a los que aun no nacen y a los débiles,
a los pobres y a los vulnerables.

Véase Génesis 1:26-27, Gálatas 3:26-28 y Hechos 2:5-11. Acerca de cómo nuestra justicia se mide en función de cómo tratamos a los más vulnerables entre nosotros, véase Isaías 1:15-17 y Santiago 1:27.

12. Incluso en este momento,
mientras la historia sigue su curso
en formas que solo podemos entender parcialmente,
tenemos la certeza
de que Dios está presente en este mundo,
que mantiene todas las cosas en su regazo
y que las dirige según su propósito.
Tenemos la plena seguridad de que el Señor es fiel,
y esto da significado a nuestros días
y esperanza a nuestras vidas.
El futuro es seguro,
porque nuestro mundo es de Dios.

Acerca del cuidado providencial de Dios, véase Isaías 45:6-7, Mateo 6:25-34 y Lucas 12:4-7.

La caída

13. Al principio de la historia humana
nuestros primeros padres caminaron con Dios.
Pero, en lugar de vivir según las palabras de vida del Creador,
prestaron atención a las mentiras de la serpiente
y cayeron en pecado.
En su estado de rebelión
pretendieron ser como Dios.
Como pecadores, Adán y Eva temían
la presencia de Dios
y se escondieron.

Acerca de la caída de la humanidad en el pecado, véase Génesis 3. Acerca de la serpiente véase, además de Génesis 3, Apocalipsis 12:9 y 20:2.

14. Habiendo caído en ese primer pecado,
demostramos cada día
que aparte de la gracia
somos pecadores culpables:
no somos agradecidos con Dios,
violamos su ley,
ignoramos nuestras obligaciones.
Al procurar vivir sin Dios,
encontramos la muerte;
al pretender libertad fuera de la ley,
caemos en la trampa de Satanás;
al buscar los placeres,
perdemos el don de la alegría.

Acerca de los efectos de la caída en la humanidad, véase especialmente Romanos 1:18-3:18. 

15. Cuando los seres humanos desfiguramos la imagen de Dios,
todo el mundo sufre,
abusamos de la creación o la idolatramos,
nos alejamos de nuestro Creador,
de nuestro prójimo,
de nuestra verdadera identidad
y de todo lo que Dios ha creado.

Acerca de la desfiguración de la imagen de Dios, véase Romanos 1:21-23; acerca de la restauración de la imagen de Cristo, véase Romanos 8:29, 2 Corintios 3:18, Efesios 4:22-24, y Colosenses 3:10.

16. Todas las esferas de la vida
—la familia y las amistades,
el trabajo y el culto a Dios,
la escuela y el gobierno,
el ocio y el arte—
llevan las cicatrices de nuestra rebelión.
El pecado está por todas partes:
en el orgullo racial,
en la arrogancia de las naciones,
en la explotación del débil y desamparado,
en la despreocupación con que nos servimos del agua,
la atmósfera y la tierra,
en la destrucción de las criaturas vivientes,
en la esclavitud, el asesinato, el terror y la guerra,
en la adoración de dioses falsos,
en el abuso de nuestros cuerpos
y en el esfuerzo frenético por escapar de la realidad.
Nos convertimos en víctimas de nuestro propio pecado.

Entre muchos otros pasajes, véase Salmo 14 y 53, Amós 1-2, Romanos 1:28-32, y Gálatas 5:19-21.

17. Todos nuestros esfuerzos
por excusarnos o salvarnos,
no evitan que sigamos condenados
frente al Dios de la verdad.
Pero nuestro mundo,
quebrantado y magullado,
sigue perteneciendo a Dios,
que lo mantiene unido
y nos da esperanza.

Véase Salmo 62 y 89:28-37; Romanos 5:3-11; 15:13, y Hebreos 11:1.

La redención

18. Dios tiene el derecho de estar airado
pero no ha abandonado
a este mundo empecinado en destruirse a sí mismo,
sino que se ha vuelto hacia éste para amarlo.
El Señor es paciente y amoroso,
ha puesto en marcha el largo camino de la redención
para convertir a los perdidos en su pueblo
y al mundo en su reino.

Acerca de la respuesta de Dios al pecado, véase Génesis 3:9-15, Juan 3:16, y Lucas 1:68-75; acerca de la meta de restaurar el reino, véase Apocalipsis 11:15.

19. Si bien Adán y Eva fueron expulsados
del huerto del Edén
y sus vidas quedaron cargadas
con el peso del pecado,
el Señor los asió con sus manos de amor
y les prometió que aplastaría
las fuerzas malignas
que ellos habían dejado escapar.

Acerca de la bondad de Dios para con Adán y Eva, véase Génesis 3:15-19.

20. Cuando el mal llenaba la tierra,
Dios lo juzgó por medio del diluvio
pero salvó a Noé y su familia
y a toda clase de animales.
Estableció un pacto con todas las criaturas,
prometió que las estaciones continuarían
y que jamás volvería a repetir dicha destrucción
hasta el día final,
cuando el Señor retorne
y haga todas las cosas nuevas.

Acerca de la promesa de Dios de no repetir el diluvio, véase Génesis 6:8-17, 1 Pedro 3 y 2 Pedro 3; acerca de la renovación final, véase Apocalipsis 21:1-5.

21. El Señor prometió ser Dios
de Abraham, Sara y sus descendientes.
Los llamó a vivir fielmente delante de Él
y a bendecir a las naciones por medio de ellos.
Dios eligió a Israel para mostrar la gloria de su nombre,
el poder de su amor
y la sabiduría de sus caminos.
El Señor les dio la ley
por medio de Moisés
y los guió
por medio de gobernantes y maestros,
para dar forma a un pueblo
en el cual Dios se manifiesta
para ser luz a las naciones.

Acerca de la promesa de Dios a Abraham y a su pueblo Israel, véase Génesis 12:1-3, Deuteronomio 7-8 y Romanos 9; acerca de la condición de los hijos de Abraham como luz a las naciones, véase Miqueas 6:8 e Isaías 60.

22. Cuando Israel desdeñó el amor de Dios
—tras codiciar otros dioses,
y confiar en el poder y las riquezas,
hiriendo a los más débiles—
Dios los esparció por entre las naciones.
Sin embargo, guardó un remanente fiel
y les prometió un Mesías:
un profeta que anunciaría las buenas nuevas,
un rey que aplastaría el mal y reinaría con justicia la tierra,
un sacerdote que sería sacrificado por los pecadores.
Dios prometió perdonar sus pecados,
darles un nuevo corazón y espíritu
y guiarlos para que vivan en sus caminos.

Acerca de que Dios dispersó a Israel, véase 2 Crónicas 36; Isaías 10:1-11; acerca de las promesas, véase Isaías 53, Jeremías 31 y Ezequiel 36.

Cristo

23. Al recordar la promesa
de reconciliar al mundo consigo mismo,
Dios unió nuestra humanidad en Jesucristo:
la eterna Palabra que se hizo carne,
Él es el tan ansiado Mesías,
uno con nosotros
y uno con Dios,
plenamente humano y plenamente divino,
concebido por el Espíritu Santo
y nacido de la virgen María.

Acerca de Jesús como el Hijo encarnado de Dios, véase Lucas 1:31-35, Juan 1:1-14 y Hebreos 1:2-3.

24. Como el segundo Adán,
Jesús tomó el camino que nosotros rechazamos.
En su bautismo y en las tentaciones,
en sus enseñanzas y milagros,
en sus luchas contra los demonios
y en su amistad con los pecadores,
Jesús vivió una vida humana plena y justa delante de nosotros.
Como Hijo verdadero de Dios,
obedeció con amor al Padre
y demostró en obra y palabra
la venida del reino de Dios.

Romanos 5:12-21 describe a Cristo como el segundo Adán. Hebreos 2:10-18 y 4:14-5:2 nos enseñan acerca de la vida que Cristo vivió, humana y justa; el anuncio del reino se encuentra, entre otros lugares, en Marcos 1:1, 14, 15.

25. Puesto en lugar nuestro,
Jesús sufrió durante su vida en la tierra,
especialmente en las torturas de la cruz.
Llevó consigo el juicio de Dios sobre nuestro pecado:
su sacrificio quitó nuestra culpa.
Dios lo levantó de entre los muertos:
se levantó de la tumba
como vencedor del pecado y la muerte,
¡Señor de la vida!
Hemos recibido la reconciliación con Dios,
hemos recibido nueva vida,
y también el llamamiento a vivir con Él,
libres del dominio del pecado.

Acerca de la vida de sufrimiento que vivió Jesús, véase Hebreos 5:7-10. Todos los relatos de la pasión que se encuentran en los evangelios, describen la profundidad de su sufrimiento en la cruz. Se proclama repetidas veces la victoria de la resurrección de Cristo, especialmente en Mateo 28:1-10 y 1 Corintios 15:20-28.

26. Por ser divino y humano al mismo tiempo
Jesús es el único mediador.
Solo Él ha pagado la deuda de nuestro pecado;
no hay otro Salvador.
Hemos sido escogidos en Cristo
para llegar a ser como Él en cada área de nuestra vida.
El amor elector de Dios sostiene nuestra esperanza:
la gracia de Dios es gratuita
para salvar a pecadores que no pueden ofrecer nada
excepto su necesidad de misericordia.

Se muestra a Cristo como nuestro mediador en 1 Timoteo 2:5 y Hebreos 9:11-15, y como nuestro único Salvador en Juan 14:6 y Hechos 4:12. Acerca de nuestra elección en Cristo para ser como Cristo, véase Romanos 8:29, 2 Corintios 3:18 y Efesios 1:3-4.

27. Jesús ascendió triunfante,
y elevó nuestra humanidad al trono celestial.
Toda autoridad, gloria y poder soberano
le han sido dados.
Allí Él escucha nuestras oraciones
y defiende nuestras causas ante el Padre.
Bienaventurados todos
los que se refugian en Él.

Acerca de la autoridad universal de Cristo y su obra intercesora como Señor que ha ascendido al cielo, véase Mateo 28:18, Salmo 2:12, 1 Juan 2:1-2, y Hebreos 7:25. Acerca de la ascensión de nuestra humanidad junto con Él, véase Hebreos 4:14-16; Efesios 1:20-22; 2:6, y Colosenses 3:1-4.

El Espíritu

28. En Pentecostés se cumplen viejas y nuevas promesas.
Jesús glorificado es ahora quien bautiza,
derrama su Espíritu sobre sus seguidores,
crea una nueva comunidad
en donde moran el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Con una nueva vida y llenos del aliento divino,
mujeres y hombres,
jóvenes y viejos,
sueñan sueños
y ven visiones.

Acerca del cumplimiento de las promesas en Pentecostés, además de los sueños y visiones, véase Hechos 2:16-21. Acerca de Jesús después de su ascensión y como el que se ocupa de bautizar, además de las imágenes del derramamiento del Espíritu, véase Lucas 3:16; Juan 1:32-34; 20:22; y Hechos 2:32-33. Acerca del Espíritu que crea una nueva comunidad, véase Hechos 2:41-47 después de Pentecostés. Acerca del Padre, el Hijo y el Espíritu morando entre el pueblo de Dios, véase Juan 14:15-24.

29. El Espíritu renueva nuestros corazones
y nos dirige hacia la fe,
nos lleva a la verdad
y nos ayuda a orar,
nos acompaña cuando estamos necesitados
y hace que nuestra obediencia se vuelva fresca y vibrante.
Dios Espíritu derrama sobre la iglesia abundantes dones
de variedades sorprendentes
—profecía, ánimo, sanidad,
enseñanza, servicio, lenguas, discernimiento—
prepara a cada miembro
para edificar el cuerpo de Cristo
y para servir a nuestro prójimo.

Acerca de la obra de renovación que el Espíritu realiza en nuestros corazones, véase Tito 3:4-7; que nos lleva a la fe, Romanos 5:1-5; que nos dirige a la verdad, Juan 16:13; que nos ayuda a orar, Romanos 8:26-27; que permanece a nuestro lado cuando lo necesitamos, Hebreos 2:18; y que renueva y vivifica nuestra obediencia, Romanos 8:1-11. Acerca de los dones del Espíritu, véase 1 Corintios 12 y Romanos 12:3-8.

30. El Espíritu reúne a personas
de toda lengua, tribu y nación
en la unidad del cuerpo de Cristo.
Al ser ungida y enviada por el Espíritu,
la iglesia se dirige hacia el mundo
como embajadora de la paz de Dios,
anuncia el perdón y la reconciliación,
proclama las buenas nuevas de la gracia.
Al ir ante ellos y con ellos,
el Espíritu hace ver el pecado del mundo
y ruega por la causa de Cristo.
Hombres y mujeres, llevados por el Espíritu,
van cerca y van lejos
hacia el campo de la ciencia y el arte
los medios de comunicación y el comercio:
en cada área de la vida,
y muestran el reino de Dios
con lo que hacen y dicen.

Acerca de la reunión de todas las naciones, véase Apocalipsis 7:9-17; acerca de la misión del Espíritu y de la iglesia, véase Juan 20:21-22, Lucas 24:29 y Hechos 1:8; acerca de la misión de la iglesia como embajadores, 2 Corintios 5:18-21; acerca de la obra del Espíritu en el mundo, Juan 16:7-11; y acerca del alcance de la misión de la iglesia en el Espíritu, Filipenses 1:27-2:15.

La revelación

31. Dios le ha dado a este mundo
muchas formas de poder conocerle.
La creación muestra su poder y majestad.
Él nos habla por medio de profetas, poetas y apóstoles
y, en forma más elocuente, por medio de su Hijo.
El Espíritu, activo desde el principio,
impulsó a ciertos hombres para que escribieran la Palabra de Dios
y abre nuestros corazones a la voz de Dios.

En cuanto a la revelación general, véase Romanos 1 y Hechos 14; acerca de la inspiración de la Biblia, véase 1 Timoteo 3:14-17 y 2 Pedro 1:16-21; y acerca de la revelación completa en Cristo, véase Hebreos 1 y Colosenses 1.

32. La Biblia es la Palabra de Dios,
el registro e instrumento de su obra redentora.
Es la Palabra de verdad,
el aliento divino,
plenamente confiable para guiarnos
al conocimiento de Dios
y para que vivamos una nueva vida
con Jesucristo.

Acerca de la naturaleza de la Escritura, véase Lucas 1:1-4, Juan 20:30-31, Hechos 8:26-39, Santiago 1:18, y las referencias en el párrafo 31.

33. La Biblia nos narra la historia
de las portentosas obras de Dios
en el desarrollo
de la historia del pacto.
En dos testamentos pero una sola revelación,
la Biblia revela la voluntad de Dios
y la línea de la obra redentora de Dios.
Los discípulos de Jesús,
iluminados y preparados por el Espíritu,
oyen y cumplen la Palabra,
testifican de las buenas nuevas
de que nuestro mundo es de Dios
y que Dios lo ama profundamente.

Acerca de las obras poderosas de Dios, véase Hechos 2 y 7; para nuestras instrucciones, véase Mateo 16:13-19, 1 Corintios 10:1-11, 2 Timoteo 3:14-17, y Santiago 1:19-27.

El nuevo pueblo de Dios

34. En nuestro mundo,
en donde muchos marchan solos,
anónimos entre la bulliciosa multitud,
Satanás y sus fuerzas del mal
buscan a quiénes pueden separar y aislar;
pero Dios, por su misericordiosa elección en Cristo,
reúne una nueva comunidad:
aquellos que por el don de Dios
han depositado su confianza en Cristo.
En la nueva comunidad
todos son aceptados:
los abandonados encuentran un hogar,
los heridos hallan sanidad,
los pecadores inician un nuevo comienzo,
los despreciados obtienen aprecio,
los inferiores reciben honores
y los últimos son los primeros.
Es aquí donde el Espíritu guía
y la gracia abunda.

Acerca de la nueva comunidad, véase 1 Pedro 2:4-7; acerca de los ataques de Satanás, 1 Pedro 5:8-11; acerca del misericordioso recibimiento, Mateo 11:28-30 y 1 Pedro 5:5-7.

35. La iglesia es la comunidad de aquellos
que confiesan a Jesús como su Señor.
Es la novia de Cristo,
su pareja electa,
Jesús la ama, y ella a Él:
la iglesia se regocija en su presencia,
lo busca en oración,
en silencio frente al misterio de su amor.

Acerca de las confesiones, véase Mateo 10:32-33; acerca de la iglesia como novia de Cristo, véase Efesios 2:6; 5:21-33; 1 Juan 3:11-17; 4:13-21; y Apocalipsis 21:9.

36. Nuestra nueva vida en Cristo
se celebra y se alimenta
en la comunión de las congregaciones,
en donde alabamos el nombre de Dios,
escuchamos la proclamación de la Palabra,
aprendemos de los caminos de Dios,
confesamos nuestros pecados,
ofrecemos nuestras oraciones y ofrendas
y celebramos los sacramentos.

Acerca del culto en la iglesia, véase Mateo 6:5-15; 28:18-20; Hechos 2:41-47; Romanos 10 y 1 Corintios 11:17-34.

37. Dios se encuentra con nosotros en los sacramentos,
nos comunica su gracia
por medio del agua, el pan y el vino.
En el bautismo,
sea del recién nacido
o del recién convertido,
Dios nos recuerda y afirma
que estamos unidos con Cristo en el amor del pacto,
que lava nuestros pecados,
y que nos da el Espíritu Santo;
y espera que le correspondamos con amor y confianza.

Mateo 3:13-17 junto con Mateo 28:19 establecen el bautismo como un sacramento del evangelio. También, el bautismo es tanto para niños como para adultos y lo acompaña el don del Espíritu tal como se indica en Hechos 2:28-29. Tito 3:5 describe el bautismo como el lavamiento de pecados. Romanos 6:1-11 y Gálatas 3:27 nos muestran cómo el bautismo nos forma como miembros de Cristo. 1 Corintios 10:1-10 nos indica que el bautismo en sí mismo no es una garantía de la salvación.

38. En la Santa Cena,
Cristo ofrece a su pueblo
su propio cuerpo sacrificado y su sangre derramada,
y les asegura que participan
de su muerte y resurrección.
Por medio del Espíritu Santo,
nos alimenta con su vida resucitada
y nos une entre nosotros
cuando compartimos el pan y la copa.
Recibimos este alimento con alegría,
y, al comer, creemos
que Jesús es nuestro alimento y bebida vivificantes
y que Él vendrá otra vez
para convocarnos a las bodas del Cordero.

Mateo 26:17-29 y demás versículos paralelos establecen la Cena del Señor como un sacramento del evangelio. Acerca del significado de la Cena del Señor, véase 1 Corintios 5:7-8; 8:1-13; 10:14-21; y 11:23-26. Véase también las contundentes palabras de Jesús en cuanto a su presencia en la Cena del Señor en Juan 6:48-58.

39. La iglesia es la reunión
de pecadores perdonados y llamados a ser santos.
Siendo salvos por la paciente gracia de Dios,
tratamos con igual paciencia a los demás
y juntos confesamos nuestra necesidad
de gracia y perdón.
Al ser restaurados por la presencia de Dios,
y moldeados por su vida,
esta nueva comunidad practica
la historia viva del amor reconciliador de Dios,
anuncia la nueva creación
y se esfuerza por un mundo de justicia y paz.

Acerca de la iglesia como una comunidad perdonada y llamada a ser santa, véase Efesios 1:3-7; acerca de tratarnos unos a otros con paciencia, Gálatas 6:1-5 y Colosenses 3:12-14; acerca de nuestra necesidad de confesión y restauración, 1 Juan 1:8-2:6; y acerca de practicar el amor reconciliador de Dios como parte de la nueva creación, 2 Corintios 5:17-21 y 1 Juan 3:16-17.

40. Nos duele que la iglesia,
la cual comparte un Espíritu, una fe, una esperanza
y abarca todo tiempo, lugar, raza e idioma,
se haya vuelto una comunión dividida en un mundo fracturado.
Cuando luchamos por cumplir
con la verdad del evangelio
y la justicia que Dios demanda,
oramos por sabiduría y valentía.
Cuando nuestro orgullo o ceguera
dificultan la unidad de la familia de Dios,
pedimos perdón.
Maravillados, contemplamos cómo el Señor agrupa
las piezas rotas
para realizar su obra
y aún nos bendice
con gozo, con nuevos creyentes
y con una sorprendente evidencia de unidad.
Nos comprometemos a buscar y expresar
la unidad de todos los que siguen a Jesús
y oramos por nuestros hermanos y hermanas
que sufren por la fe.

Acerca de la unidad de la iglesia, véase Juan 17:20-23 y Efesios 2:11-22; 4:1-16.

La misión del pueblo de Dios

41. Al unirse a la misión de Dios,
la iglesia es enviada
con el evangelio del reino
para llamar a todos a que conozcan y sigan a Cristo
y para proclamar a todos
la seguridad de que en el nombre de Jesús
hay perdón de pecados
y una nueva vida para todos los que se arrepientan y crean.
El Espíritu llama a todos los creyentes
a unirse a la misión de Dios
en sus vecindarios
y en el mundo:
a alimentar al hambriento,
traer agua al sediento,
recibir al extranjero,
vestir al desnudo.
cuidar del enfermo,
y libertar al cautivo.
Nos arrepentimos de haber dejado esta tarea a unos pocos,
porque esta misión es esencial a nuestro ser.

Acerca de nuestra parte de la misión de Dios, véase Mateo 28:18-20; Lucas 14:45-49 y Juan 17:18; acerca de percibir nuestra misión más allá de nuestra comunidad local. Mateo 24:14 y Hechos 13:1-3; acerca de llenar las necesidades de la gente, Mateo 25:31-46 y Lucas 4:18-19; y acerca del carácter central de la misión para nuestro ser, Juan 20:21.

42. En un mundo alejado de Dios,
en el que se ofrece la felicidad y la paz en nombre de muchos
y donde millones encaran opciones confusas,
testificamos
—con respeto a los que siguen otros caminos—
de aquel en cuyo nombre se encuentra la salvación:
Jesucristo.
En Jesús, Dios reconcilia consigo al mundo.
Dios ama a toda la creación;
su compasión no conoce límites.

Acerca de las demandas exclusivas de Cristo, véase Juan 14:6 y Hechos 4:12; acerca del amor y compasión de Dios por el mundo, véase Mateo 9:36-38 y Juan 3:16.

43. Jesucristo gobierna sobre todos.
Seguir a este Señor significa
servirle donde quiera que estemos,
sin comprometer nuestro mensaje,
ser luz en las tinieblas,
ser sal en un mundo en descomposición.

Acerca del reinado de Cristo sobre todo el mundo, véase Filipenses 2:9-11; Colosenses 1:15-20, y Apocalipsis 11:15; acerca de ser luz, sal y de no acomodarse al mundo, véase Mateo 5:13-16 y Romanos 12:1-2.

44. La vida es un don de la mano de Dios,
el cual creó todas las cosas.
Al recibir con agradecimiento este don,
con reverencia al Creador,
ejercemos resistencia y protestamos contra
todo lo que dañe, abuse o menoscabe el don de la vida.
ya sea por causa del aborto, la contaminación, la glotonería,
la adicción o necias decisiones.
Dado que es un depósito sagrado,
tratamos toda la vida con admiración y respeto,
especialmente cuando es más frágil:
ya sea que su fragilidad venga de estar aún en el vientre,
de haber sido tocado por la discapacidad o la enfermedad,
o de estar en el último respiro.
Cuando nos vemos forzados a tomar decisiones
en las áreas más difíciles de la vida,
buscamos todos la sabiduría común
y la guía de la Palabra y el Espíritu de Dios.

Acerca del respeto a toda vida, véase Deuteronomio 5:17 y Salmo 104:14-30 y 139:14-16. Nuestros propios cuerpos son templo del Espíritu Santo: 1 Corintios 6:19-20.

45. Dado que Dios nos ha creado hombre y mujer según su imagen,
como iguales nos respetamos el uno al otro,
sin alardear ni explotar nuestra sexualidad.
Si bien puede que nuestras funciones y capacidades no sean
las mismas,
tenemos cuidado de no reducir los dones y el llamado de Dios
a los moldes de nuestra cultura y expectativas.
La sexualidad vive un desorden en este mundo caído
—producto de ello son el quebranto, el abuso, la pornografía
y la soledad—
pero la renovación que Cristo lleva a cabo nos ofrece esperanza
de orden y sanidad
y envuelve con una compasiva comunidad
a las personas que sufren.

Tanto hombres como mujeres hemos sido hechos a imagen de Dios: Génesis 1:26-27 y Gálatas 3:27. Acerca del desorden sexual como resultado del pecado, véase Romanos 1:24 y 1 Corintios 6:15-20.

46. Somos la familia de Dios,
y servimos a Cristo juntos en la comunidad cristiana.
Nosotros, los solteros por un tiempo o de por vida,
entregados a la obra de Dios,
ofrecemos nuestro amor y servicio
para la edificación del reino.
Nosotros, los casados, en una relación fiel y para toda la vida,
ofrecemos nuestras vidas para la misma obra:
edificar el reino,
enseñar y mostrar con nuestras vidas los caminos del Señor
para que nuestros hijos lleguen a conocer
a Jesús el Señor
y aprendan a usar sus dones
en vidas entregadas en un gozoso servicio.
Como amigos o familiares,
como solteros o casados,
como padres o hijos,
reflejamos el pacto de amor de Dios.
Nos duele que prevalezca el divorcio
y el egoísta individualismo de nuestras sociedades.
Somos de Dios.

Véase el discurso de apóstol Pablo acerca de la soltería y el matrimonio en 1 Corintios 7. Acerca de la importancia de enseñar y vivir los caminos del Señor, véase Deuteronomio 6:4-9, Proverbios 22:6 y Efesios 6:1-4. La enseñanza de Jesús acerca del divorcio se encuentra en Mateo 19:1-12 y Marcos 10:1-12. En cuanto a que nosotros reflejamos el amor de Dios, se enseña en Juan 13:34-35 y en toda 1 Juan.

47. Servimos al Señor,
en el cual todas las cosas permanecen unidas,
y apoyamos una sólida educación en nuestras comunidades.
Promovemos escuelas y una educación
en la que la verdad de Dios brille en todo aprendizaje.
Todo estudiante,
sin importar sus capacidades, raza o posición social,
lleva la imagen de Dios
y tiene derecho a una educación
que lo ayude a usar sus dones en forma plena.

Acerca de la importancia de la educación, véase Deuteronomio 6:1-9 y Proverbios 4:1-9; acerca de la necesidad de la luz de Dios, véase Salmo 119:105; acerca del lugar central de Cristo, Colosenses 1:17; acerca de recibir igualmente a todos, Santiago 2:1-13.

48. Nuestro trabajo es un llamado de Dios.
Trabajamos por algo más que por el salario que recibimos
y hacemos negocios por algo más que por ganancias,
pues procuramos que el respeto mutuo
y el uso equitativo de recursos y habilidades
puedan dar forma al entorno laboral.
Ya sea que recibamos un salario o logremos ganancias,
demostramos el amor a nuestro prójimo proveyéndole
productos y servicios útiles.
En nuestra economía global,
abogamos por un trabajo con sentido
y salarios justos para todos.
De la generosidad del Señor para con nosotros,
damos de nuestro dinero y tiempo,
libremente y con alegría.

Acerca del lugar de trabajo, véase Génesis 2:15, Éxodo 20:9, Efesios 6:5-9, y 2 Tesalonicenses 3:6-13; acerca de la justicia en el ambiente laboral, Ezequiel 34 y Santiago 5:1-5; acerca de la generosidad, 2 Corintios 9 y 1 Tesalonicenses 4:9-12.

49. El descanso y el entretenimiento son dones de Dios
que nos relajan y nos liberan
para poder descubrir y explorar.
Pero confesamos
que a menudo nuestra adicción al trabajo
permite que nuestras herramientas y juguetes invadan
nuestro descanso
y que las tentaciones del mundo del Internet
desfiguren nuestro reposo.
Al recordarnos unos a otros
que nuestro Creador descansó y nos dio descanso,
deseamos descansar confiadamente
y buscar un entretenimiento más simple.

Acerca del reposo, véase Génesis 2:2-3 y Deuteronomio 5:12-15; acerca del buen uso del tiempo de ocio, Filipenses 4:8-9 y Efesios 4:17-32. 

50. Damos gracias por los avances
de la ciencia y la tecnología
y participamos en su desarrollo,
promoviendo el cuidado de la creación
y respetando el don de la vida.
Recibimos con agrado los descubrimientos
que previenen o curan enfermedades
y que ayudan a promover vidas saludables.
Respetamos la vida del embrión,
y nos acercamos a cada nuevo descubrimiento,
ya sea de la ciencia o de la tecnología médica,
con consciente precaución,
buscando la voluntad de Dios.

En Génesis 1:28-31 y 9:1-7, Dios le da a la humanidad el derecho y la responsabilidad de desarrollar y cuidar la creación; acerca de las limitaciones de la tecnología humana y la necesidad de la sabiduría divina, véase Job 28; acerca de la continua bondad de la creación y la necesidad de saber utilizar sus recursos, véase 1 Timoteo 4:4-5.

51. Lamentamos que nuestro abuso de la creación
haya causado un daño duradero
al mundo que se nos ha dado:
hemos contaminado ríos y tierras,
envenenado el aire,
alterado el clima,
y dañado el planeta.
Nos comprometemos
a respetar a todos los seres vivientes
y a protegerlos contra su abuso y extinción,
porque nuestro mundo es de Dios.

Génesis 1:28-29; 7:1-5; Salmo 8; y Romanos 8:18-25 nos enseñan que hemos recibido el encargo de cuidar la tierra.

52. Obedecemos a Dios primero;
respetamos a las autoridades que nos gobiernan,
porque han sido establecidas por Dios:
oramos por nuestros gobernantes,
y nos esforzamos por influenciar a los gobiernos;
nos oponemos a ellos solamente cuando Cristo
y nuestra consciencia lo requieran.
Agradecemos las libertades que disfrutan
muchos ciudadanos de otras tierras;
sufrimos con aquellos que viven bajo opresión,
y procuramos para ellos una libertad
que les permita vivir sin temor.

Romanos 13:1-7 nos enseña a respetar a las autoridades del gobierno (véase también 1 Pedro 2:13-17). Apocalipsis 13 nos muestra ejemplos de gobiernos malos. Colosenses 1:16 nos enseña que la autoridad y el poder provienen de Cristo; Efesios 6:12 nos advierte que el mal puede llegar a infectar a la autoridad y el poder.

53. Hacemos un llamamiento a los gobiernos para que sean justos
y para que protejan los derechos y libertades
de personas, grupos e instituciones,
para que cada uno cumpla sus tareas.
Nos comprometemos, e instamos a los gobiernos,
a proteger a los niños y ancianos
del abuso y la explotación,
a lograr justicia para el pobre y el oprimido,
y a promover la libertad
de expresión, trabajo, culto y asociación.

Por lo general, los gobiernos han sido llamados a ser justos y un indicador clave del nivel de compromiso con la justicia es cómo un gobierno trata a los pobres y débiles; esto se enseña en todos los profetas y en salmos como el 72.

54. Los seguidores del Príncipe de Paz
hemos sido llamados a ser promotores de la paz,
a promover la armonía y el orden
y a restaurar lo que ha sido quebrantado.
Apelamos a nuestros gobiernos para que se esfuercen por la paz
y para restaurar relaciones justas.
Deploramos la proliferación de las armas
en nuestro mundo y en nuestras calles
junto a los riesgos que comportan
y la amenaza de sus horrores.
Realizamos un llamamiento a todas las naciones
para que reduzcan sus arsenales
al tamaño necesario
para la defensa de la justicia y la libertad.
Nos comprometemos a caminar el camino de la justicia,
confesando que nuestro mundo es de Dios;
Él es nuestra segura defensa.

Isaías 2:1-4 manifiesta la voluntad de Dios para la paz, y Jesús dijo: «Bienaventurados los pacificadores…» (Mateo 5:9).

La nueva creación

55. Nuestra esperanza de una nueva creación no está sujeta
a lo que los seres humanos puedan hacer,
porque creemos que un día
toda amenaza contra el reino de Dios
será aplastada.
Su reino vendrá por completo,
y el Señor reinará.
Ven, Señor Jesús, ven.

Acerca de esta esperanza, véase 1 Pedro 1:3-12, 2 Pedro 3:3-13, 1 Tesalonicenses 4:13-5:11, y Apocalipsis 11:15.

56. Ansiamos ese día
cuando nuestros cuerpos sean levantados,
cuando el Señor seque nuestras lágrimas,
y vivamos para siempre en la presencia de Dios.
Ocuparemos nuestro lugar en la nueva creación,
donde no habrá más muerte,
lamento, llanto ni dolor
y el Señor será nuestra luz.
Ven, Señor Jesús, ven.

Acerca de la venida del reino de Dios, véase Mateo 24, Hechos 1:10-11, 1 Tesalonicenses 4:13-5:11, y Apocalipsis 19:11-16. 1 Corintios 15 habla de la resurrección del cuerpo, Apocalipsis 21:4 de que toda lágrima será secada, y Apocalipsis 21:22-27 de la luz del cielo.

57. En aquel día
veremos a nuestro Señor cara a cara,
al Cordero inmolado y al victorioso Rey
justo y misericordioso.
Él hará que todo vuelva a ser justo,
juzgará el mal y condenará al malvado.
Encaramos ese día sin temor alguno,
porque el Juez es nuestro Salvador,
cuya sangre derramada nos declara justos.
Vivimos con confianza,
expectantes ante su venida,
y diariamente le ofrecemos nuestras vidas
—nuestras obras de bondad,
nuestra lealtad y nuestro amor—
sabiendo que Él entrelaza
incluso nuestros pecados y dolores
con su propósito soberano.
Ven, Señor Jesús, ven.

Apocalipsis 5 ofrece una descripción del león y el cordero. Acerca de los justos juicios del Señor, véase Apocalipsis 19:1-10. La figura de la multitud que fue declarada justa en Cristo se encuentra en Apocalipsis 7:9-17. El concepto de que Dios hace que todas las cosas confluyan para su propósito se encuentra, además de otros textos, en Romanos 8:28-39.

58. Junto a toda la creación
nos unimos al cántico:
«¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado,
de recibir el poder,
la riqueza y la sabiduría,
la fortaleza y la honra,
la gloria y la alabanza!»
Nos ha hecho un reino de sacerdotes
para servir a nuestro Dios,
y reinaremos en la tierra.
Dios será todo en todos,
la justicia y la paz florecerán,
todo será hecho nuevo,
y todo ojo finalmente verá
que nuestro mundo es de Dios.
¡Aleluya! ¡Ven, Señor Jesús!

En cuanto a las imágenes que se usan en este párrafo, véase Éxodo 19:5-6, Isaías 40, 1 Pedro 2:9-10 y Apocalipsis 4-5.